Al llegar al campamento se rindió incondicionalmente ante la evidencia de que solo un milagro le permitiría superar los rigores diarios de la ruta. No era pesimista ni exagerada, pero sus músculos resentidos y su cuerpo doliente entraban en abierta contradicción con la escasa distancia recorrida. Apenas seis kilómetros por un senderito tranquilo, sin muchas pendientes, con harta pampita.
Una pincelada de amor filial en la ruta Salkantay-Machu Picchu, donde una madre y su hija redoblan sus esfuerzos para conquistar la altura andina
Mal presagio. Pésimo principio en una jornada que debió ser ‘un paseíto' o 'un entrenamiento’, como escuchó decir tantas veces antes de que esos seis kilómetros se convirtieran en mil. Al menos en su mente, no en la de sus ocasionales compañeros. Ellos disfrutaban, sonreían y hasta planificaban una incursión vespertina hacia una laguna de resplandecientes aguas turquesas.
Y aunque su espíritu aventurero le aconsejaba con insistencia acompañar al grupo a los pies del Humantay -uno de los eslabones congelados de la cordillera de Vilcabamba-, su cuerpo le ordenaba y exigía descansar. Obedece. Se queda. Se refugia de urgencia en la carpa y en su bolsa de dormir, entonces, imagina o sueña un ascenso victorioso.
Paso a paso al lado de su hija -su aliada, su cómplice-. Juntas remontan una larguísima pendiente. El aire escasea, los corazones retumban, las piernas se engarrotan. Quisieran desparramarse a la vera del camino. No lo hacen. Aguantan. Se rebelan. Resisten. El paisaje las conmueve con su agreste hermosura y las reanima con su retadora belleza. Ambas conquistan los 4600 m.s.n.m. del abra Salkantay.
Desde allí, el punto más alto en su desafío filial en los pliegues andinos y amazónicos del Cusco, observan fascinadas los perfiles montañosos del Pumasillo y del Salkantay, el apu siempre respetado. Y lo honran con cigarrito, aguardiente y hojas de coca; y le piden protección frente a una apacheta, esas torrecitas de piedra que los andariegos arman y apilan en las abras serranas.
Ritualidad y tradición. Misticismo ancestral. Armonía y conexión con la madre naturaleza que agradece el tributo replegando las nubes que ensombrecen el cielo, para luego dejarse escuchar con palabras y frases en ¿español?, ¿inglés?, ¿francés?... Despierta. La realidad desgarró su sueño a través de los murmullos políglotas de los compañeros que ya volvieron de la laguna.

Esas voces convierten al campamento en una especie de torre de babel, de territorio cosmopolita y multinacional en el que se comparten las vivencias del día, y se exploran los sabores de la quinua y la humeante energía del mate de coca. Camaradería, distención, optimismo en la víspera de la segunda etapa: ‘el reto mayor, la prueba decisiva’, advierten o amenazan los guías.
Siete kilómetros de ascenso entre ondulaciones montañosas y vegetación exigua –y piensa en hielo, en frío, en mal de altura–; 15 mil metros de descenso hacia la selva atiborrada –y visualiza árboles, ríos, bosques nacientes–; nueve horas de perseverancia pedestre hacia otro campamento –y prevé su respiración agitada, los hincones en sus rodillas, la progresiva extinción de sus fuerzas–.
No lo logrará. A pesar de las bromas y sonrisas nocturnas, sabe que el cansancio doblegará a su voluntad cuando retorne el sol. Lo admite, no le gusta admitirlo porque sus planes no preveían que seis kilómetros se convirtieran en mil. Pero eso fue lo que ocurrió y aunque le de cólera e impotencia, tiene que reconocer que ya no es la de antes.

Los años pasan, los años pesan, pero no tanto como esa mochila que parece haberse robustecido. El grupo ya está afuera y ella no termina de arreglar sus cosas. Al fin lo hace. Sale. Respira profundo. Se llena de energías en el frío amanecer, aunque estas no serán suficientes para arribar andando a las faldas del Salkantay (6271 m.s.n.m.).
El apu despunta en el horizonte, justo donde se pierde el camino que cruza por delante del campamento de Soraypampa. Por ahí vino, por ahí se irá dejando atrás al Humantay (5700 m.s.n.m.), el nevado que da la bienvenida al circuito. Su presencia inspira y alienta a los expedicionarios cuando inician el periplo de cinco días y cuatro noches que concluirá en Machu Picchu.
De Mollepata (Anta) a Santa Teresa (La Convención) y después a Aguas Calientes (Urubamba), donde se encuentra la maravilla inca. ¿Lo logrará? Esa interrogante la absolverá la distancia, el clima y las fatigas cotidianas. Por ahora, ella, que llegó desde Francia para 'trekear' con su hija, dejará que un caballo lleve su agotamiento hasta el abra que vio en sus sueños.
No es lo ideal ni lo que había previsto. Peor hubiera sido renunciar y regresar a Mollepata. Eso nunca. Cómo perderse esa experiencia de aire fresco, de naturaleza salvaje y arisca, de aprendizaje intercultural con su perfecta cómplice y compañera. Esa muchachita rebosante de vida que es la mejor evidencia de que los años no pasan en vano, aunque siempre pesen un poquito.

Recuadro
Ecos de la ruta
- La ruta Salkantay-Machu Picchu es una alternativa al tradicional camino inca. Esta se realiza en cinco días. Son varias las agencias que ofrecen el servicio desde el Cusco.
- El servicio incluye alimentación completa, alojamiento en campamento, guiado permanente. En la ruta es posible alquilar caballos, para que los caminantes fatigados puedan continuar la ruta.
- El Salkantay y el Ausangate son los principales apus del Cusco. En el Ausangate también existe una ruta caminera.
- A diferencia del camino inca a Machu Picchu, la ruta al Salkantay puede ser recorrida de manera independiente, es decir sin contratar los servicios de un guía o una agencia.
- Viaje al Cusco con Movil Bus. Servicio diario desde Lima en su renovada flota. Más información en www.moviltours.com.pe
Texto y Fotos: Rolly Valdivia
INFOTUR PERÚ
